Foto     El Periódico   Guatemala  Mildred Largaespada | 1/6/2010

     Tal y como se mira en las fotografías, el hoyo de Guatemala provoca incógnitas que trascienden todas las lógicas, además de vértigo. Y también, una rara sensación de que debajo, desde la parte oscura que se mira en la imagen, una mano dará un tirón a la alfombra –que es el territorio- y ¡juá! nos vamos a ir todos a través de él. Como un calcetín al que se da vuelta. Y succionados.

Nos vamos todos, pero no sólo Guatemala. Digo todos y digo el mundo entero. Es una metáfora del drama que estamos viviendo en Centroamérica. Te toca vivir ahí, en un lugar indeterminado donde la tierra decide hundirse y te fuiste al hoyo; te toca vivir dos centímetros a la izquierda o a la derecha, al norte o al sur, y estás viva, y podés contarlo.

Le llaman socavón, derrumbe de calle, boca del infierno, pozo sin fondo. Es el hoyo de nuestras miserias. Reportes periodísticos cuentan que allí había un edificio de tres plantas y se lo tragó el hoyo, así como, citando a testigos, narran que un taxi con pasajeros se fue dentro, también. Un técnico geofísico guatemalteco, citado por el diario El Periódico, explica que “puede ser una intersección de colectores (de agua)”. Puede ser, y también puede ser otras cosas.

Nuestros antepasados se quedaron en estas tierras porque encontraron conveniente el lugar para la subsistencia humana y por razones sagradas (no religiosas). La tierra era fértil y todo lo que sembraban lo cosechaban en abundancia. Prefirieron estar al lado de los volcanes y los ríos y lagos por los regalos de la tierra y por las gracias divinas de sus deidades de agua y fuego, de diosas fértiles.

Aquello temblaba de vez en cuando, pero no se hundía. Los volcanes hacían erupción, pero eran considerados “mensajes” para portarnos mejor. Los ríos subterráneos corrían, y corren alegremente, debajo del suelo, pero nadie horadaba la tierra para meterle tuberías para alcantarillados dejando débil y cuarteado el suelo, ni se trazaban las ciudades jugando a cruz y raya.

Los muertos que estamos enterrando estos días no murieron por vivir cerca de los ríos que crecieron por las lluvias, sino porque hemos empujado a gente empobrecida a vivir en los lugares donde se han cambiado el curso de los ríos. La gente que ha muerto enterrada por los deslaves de los cerros perdió la vida porque a esos cerros antes abundantes en flora, los hemos despalado y hemos quemado los árboles para asar carne en las esquinas, o tostar pupusas, o, también, para traficar con la madera preciosa. 

No hay señal divina en el hoyo de Guatemala. Se quedarán sin lecciones moralistas los agoreros de cuarta categoría.  Ni siquiera es el infierno porque ya aclararon hace rato que el infierno no está debajo de la tierra, y que no hay fuego ni es caliente. Así que no hay consuelo. Tampoco es una puerta de salida para huir de estos lugares porque del otro lado, en las antípodas, sólo hay agua, exactamente es el centro del Océano Índico.

Ahora mismo todos podemos estar encima del hoyo próximo. Alerta. Ahora que ya se fueron las lluvias, que los muertos ajenos ya fueron enterrados, cuando ya queremos que todo lo malo siga pasando allá lejos y que quiten las alertas rojas y los estados de calamidad, sólo queda recordar: ni se les ocurra saltar muy fuerte, ni con un solo pie, porque esto que tenemos abajo, y que creemos es tierra firme, podría ser sólo una gran extensión de material de bajo gramaje (liviano) y semitransparente, es decir, papel cebolla.

Visto en el periódico digital Cofidencial.

http://www.confidencial.com.ni/articulo/783/vivir-sobre-papel-cebolla