Quizá alguno de Uds. Haya tenido la misma suerte que yo. Disfrutar de la infancia en un pueblo extremeño.
Un pueblo pequeño donde se jugaba en la calle, en contacto directo con la naturaleza, sintiendo y viviendo los cambios de estación, compartiendo espacio con animales salvajes y domésticos y disfrutando en fin del mundo que nos rodeaba, como si de un inmenso campo de juegos se tratara.
El peligro más artero era resbalarse con la ropa nueva por una cantera de granito abandonada. Eso y que te pillaran robando peros de camino al río.
La otra incursión gastronómica que recuerdo especialmente era sentarse en una linde, con las amigas de cháchara, a comer deliciosas habas tiernas. Desde entonces, este manjar ha quedado en mi memoria como algo ligado a la vida sencilla, el placer de lo lúdico y la inocencia de la infancia.
Pero esa etapa pasa cuando te marchas a la Universidad. Entonces un restringido privilegio. Una vez terminada la carrera y después de más o menos trabajos alternativos y precarios, acababas por entrar en una red productiva estable.
Y así pasamos a la segunda etapa, pongamos que la de ABBA (¡Mamma mia!).
Ascenso social, profesional y personal, para acabar entrando de cabeza en el mundo capitalista de consumismo feroz. Pasamos de comer habas y disfrutar jugando con piedras a necesitar casa, parcela, megacoche, artilugios tecnológicos miles, ropa de marca, vinos de diseño, comida desestructurada, viajes elitistas, relaciones personales enfermas (envueltas más en la apariencia y la conveniencia que en el afecto sincero) y pérdida de muchos de los valores que fueron consustanciales a nuestro propio yo.
El derroche, el gasto superfluo y creer que esta Jauja consumista de crecimiento imparable no tenía techo; nos hizo perder pié y nos olvidamos de que hay otros mundos, que veíamos como algo lejano y extraño.
Ya se encargará algún ministerio de socorrer a los pobres, si los hay. Seguro que alguna ONG se ocupará de los países tercermundistas en apuros. Que devuelvan a los emigrantes muertos de hambre que llegan en patera y ensucian las calles. Total, a mi plin, yo tengo de todo y si me falta algo, se lo pido al banco, que siempre fía.
Pero todo acaba por llegar, como en el poema de Bertolt Brecht. Y ahora qué, Mamma mía, ahora ya no tenemos tantas ganas de bailar al ritmo de ABBA. Ahora, con un hermano que lleva 2 años en el paro, una amiga cincuentaañera en la calle, por vieja; un vecino pasando hambre; cientos de empresas y pequeños autónomos en la ruina; las entidades públicas la sanidad y las arcas del estado con el agua al cuello y nuestra sociedad del bienestar a punto de irse a pique; ahora qué.
Y vete a pedirle a los bancos. Los hacedores de nuestra ruina, se han enrocado para mantenerse ellos a flote, hundiendo a todos los que se intentaban agarrar a sus maromas. No prestan un duro, no apoyan a nadie que no sea un Rockefeller.
De modo que te planteas cómo ayudar.
Limosnas no. La primera vez das de mil amores, la segunda te cuesta, a la tercera te cambias de acera y a la cuarta has perdido un amigo para toda la vida. Se soluciona una situación puntual, pero no es el remedio. Cáritas y asociaciones similares hacen una gran labor en este campo. Pero dan peces, no cañas de pescar.
Por ello me ha parecido extraordinariamente importante la aparición de a.b.a Mérida. Una asociación de banca alternativa, ética y solidaria, trasparente y sin ánimo de lucro, gestionada por voluntarios locales, en la que podemos depositar aportaciones económicas que servirán para dar microcréditos a personas y entidades que presenten proyectos viables y requieran con urgencia pequeñas cantidades de dinero.
Dice a.b.a. que somos lo que compartimos. Y yo creo que en esta etapa, es lo que toca.
Si le interesa, visite : www.abamerida.org ó póngase en contacto a través del teléfono 615012389
Olga Sánchez
Mérida, 3 de marzo de 2011