La subsecretaria general de las Naciones Unidas y directora regional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Asia y el Pacífico, Kanni Wignaraja, destaca la necesidad de poner en marcha este sistema de seguridad social y advierte que la alternativa a no implementarlo resultará en un aumento de la desigualdad que incrementará las tensiones.
17 Julio 2020. Asuntos económicos. Noticias ONU
La regla número uno del manual de gestión de crisis es la siguiente: cuando estás en un hoyo, lo primero que debes hacer es dejar de cavar.
La vorágine en la que nos ha sumergido el brote de COVID-19 ha llevado a varios países a considerar la posibilidad de establecer incentivos fiscales a gran escala y la impresión de dinero para mitigar las dos crisis que se están desarrollando simultáneamente: la pandemia y la desenfrenada depresión económica.
La aplicación de estas medidas resulta fundamental, pero deben ser estratégicas y sostenibles ya que, para tratar las crisis actuales, debemos evitar plantar las semillas de otras nuevas, ya que hay mucho en juego.
Por eso, ha llegado el momento de incorporar un nuevo elemento al conjunto de medidas políticas que los Gobiernos están adoptando. Un factor conocido de sobra, pero al que hemos olvidado por completo: La Renta Básica Universal, un mecanismo necesario como parte del paquete de medidas económicas que nos ayudará a salir de este abismo.
Posible incremento de las tensiones sociales
Sus múltiples detractores niegan su funcionamiento al afirmar que ningún país puede permitirse el lujo de repartir dinero con regularidad a cada ciudadano. Argumentan que crean déficit insostenibles que no pueden ser costeados.
Sin duda es una afirmación válida, pero hemos de pensar que la alternativa resultará en un aumento de la desigualdad que incrementaría las tensiones sociales suponiendo un mayor coste para los Gobiernos y expondría a los países a un mayor riesgo de conflicto civil.
La pandemia que se inició en China ha hecho estragos en toda Asia, e incluso fuera de ella, dejando en evidencia las desigualdades y vulnerabilidades regionales de enormes grupos de población. Entre ellas encontramos a los trabajadores del sector informal -cuyo número se estima en 1300 millones de personas o dos tercios de la mano de obra de Asia y el Pacífico-, así como a los migrantes, con casi 100 millones de personas desplazadas únicamente en la India.
Si gran parte de toda una generación pierde sus medios de subsistencia y la red de protección los costos sociales serán insoportables. La inestabilidad económica seguirá al estallido de las tensiones sociales.
Falta un nuevo contrato social
En estos momentos en los que tenemos que reactivar unas economías que se encuentran en plena erosión, el beneficio que reportaría la estabilidad social sería enorme, lo que constituye un argumento aún más convincente en favor de la Renta Básica Universal.
Necesitamos que surja un nuevo contrato social de esta crisis que reequilibre las profundas desigualdades que prevalecen en todas las sociedades. Para decirlo sin rodeos: la cuestión ya no debería ser si se pueden encontrar recursos para una protección social efectiva, sino cómo se pueden encontrar. La Renta Básica Universal se presenta como un instrumento útil en ese marco.
En este sentido, algunas partes de los Estados Unidos y Canadá ya se pusieron manos a la obra. De hecho, durante décadas todos los residentes del Estado de Alaska han recibido pagos anuales de este tipo. Por su parte, el primer ministro canadiense Justin Trudeau prometió 2000 dólares canadienses al mes a los trabajadores que perdieron sus ingresos debido a la pandemia durante los siguientes cuatro meses. Lo que necesitamos ahora es ampliarlo y hacerlo funcionar a largo plazo, y podemos.
Pero debemos plantearlo de un modo diferente al del pasado. No deberíamos verlo ni como una limosna ni como una solución complementaria a las ya existentes. En su lugar, debemos usar la doble crisis para revaluar dónde seguimos «cavando».
Necesitaremos una carga tributaria justa. Los países tendrán que trabajar conjuntamente e intercambiar datos para evitar que las personas y las empresas evadan impuestos. Todos debemos pagar la parte que nos corresponde. Sinceramente, ya no podemos privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.
Después debemos acabar con las subvenciones, en particular las de los combustibles fósiles, que impiden el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, especialmente en las metas relativas al cambio climático. Esta medida supondría un beneficio común, al tiempo que generaría recursos económicos para un ingreso básico, pero también para apoyar a las empresas de combustibles fósiles.
Mayor carga impositiva para grandes fortunas y multinacionales
Warren Buffet y Bill Gates, dos de las personas más ricas del planeta, han defendido la postura de que los ricos han de pagar más impuestos, ya que su escasa aportación tributaria ha dado lugar a una creciente y enorme disparidad. Según el Informe sobre la Riqueza Global 2018 que elabora la empresa de servicios financieros Credit Suisse, el 10% de las personas más ricas del mundo poseen el 85% de la riqueza.
Las multinacionales tampoco pagan la parte que les corresponde. Apple, Amazon, Google y Walmart, por nombrar sólo algunas, generan beneficios estratosféricos y, después de aprovechar todas las lagunas de los sistemas fiscales, pagan cantidades limitadas. Si las primeras 1000 corporaciones de todo el planeta pagaran una justa cantidad de impuestos, permitiría la distribución de una modesta Renta Básica Universal en todo el mundo. Hay algo que simplemente va mal y no funciona cuando se priva a los gobiernos de los fondos que deberían tener de un modo legítimo para crear un mejor estado.
Para que los detractores no piensen que se trata de una teoría de la izquierda, la idea de la competencia fiscal se viene tratando desde hace años por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos cuyos miembros incluyen a los Estados Unidos, Canadá y los países de Europa Occidental.
Según los expertos en política fiscal de la Organización: «para trabajar de forma eficaz, toda economía global necesita algunas reglas básicas para guiar a los gobiernos y a las empresas. Ese marco puede ayudarles a movilizar el capital a lugares donde puedan mejorar su rendimiento, sin obstaculizar el objetivo de los gobiernos nacionales de satisfacer las expectativas legítimas de sus ciudadanos de participar equitativamente en los beneficios y los costos de la globalización».
Pero lograr unas «reglas básicas aceptables» y «una participación justa en los beneficios y los costos» requerirá una coordinación mundial; porque si un país comienza a cobrar impuestos de este modo, el capital con alta capacidad de movilidad huirá a los países que no lo hagan.
¿Cómo poner en marcha la Renta Básica Universal?
Sin duda la Renta Básica Universal será difícil de poner en marcha. Es importante considerar imparcialmente los pros y los contras, las razones por las que no se ha aplicado de forma generalizada hasta ahora y los motivos que podría hacerla viable.
Más allá de su costo, un factor clave que complica es que no aparcería de la nada. Tendría que encajar y complementar los programas de asistencia social existentes y se necesitarían normas para evitar cobrar una doble prestación.
El cambio a este tipo de sistema debería garantizar que se mantengan intactos los beneficios para conseguir un empleo. Eso es relativamente sencillo de conseguir: la Renta Básica Universal debería bastar para mantener a una persona con un salario mínimo modesto, permitiendo que existan suficientes incentivos para trabajar, ahorrar e invertir.
Por último, se pueden aducir razones de peso para vincularlo a condiciones muy concretas, algunas de ellas relacionadas con intereses públicos, como vacunar a todos los niños y asegurar que asistan a la escuela. Estas situaciones puntuales no desvirtuarían el propósito principal de eliminar la pobreza y permitirían a las personas de bajos ingresos correr riesgos calculados para tratar de salir de la pobreza.
La alternativa a no disponer de una Renta Básica Universal es el incremento de probabilidad de que se produzcan disturbios sociales, conflictos, migraciones masivas incontrolables y la proliferación de grupos extremistas que se aprovechan y agitan la frustración social. Es en este contexto que debemos considerar seriamente la posibilidad de aplicar una Renta Básica Universal bien diseñada, de modo que las crisis puedan golpear, pero no destruir.
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