El texto original escrito por Aaron Shulman está publicado en The New Republic el pasado 29 de diciembre de 2010. http://www.tnr.com/femicide-guatemala-decree-22 La traducción es de Lucía López Serrano, socia de Maizca, cuya colaboración agradecemos mucho desde esta ONGD.
Durante la última década, Guatemala ha sufrido una epidemia de asesinatos a mujeres. Los cuerpos están en todas partes: aparecen en las cunetas de las carreteras, en las aceras de las ciudades, en barrancos boscosos, a menudo con signos de mutilación y violación. Más de 5000 mujeres han sido asesinadas en el pequeño país en la última década, una de las tasas de mortalidad femenina más altas del mundo, de acuerdo con el Consejo Centroamericano de Defensores de los Derechos Humanos, y ha sido etiquetado como el lugar más peligroso para ser una mujer en toda Latinoamérica.
Lo que es más, un asombroso 98% de estos asesinatos no reciben ninguna atención legal en absoluto. El fenómeno es excepcionalmente tóxico, y sorprendentemente, el gobierno guatemalteco ha respondido de una manera excepcional: aprobando una ley para prohibir y perseguir el feminicidio.
¿Qué es el feminicidio?
El término tiene un origen relativamente oscuro, y se ha importado al torrente sanguíneo de la política latinoamericana. Fue popularizado en 1967 por Diana Russel, una profesora del Mills College en Oakland, California, quién lo escuchó cuando un amigo le contó que Carol Orlock, una feminista americana, estaba trabajando en un libro sobre ello. Este nunca fue publicado, pero usando el término en su propio trabajo, Russel fue capaz de darle vida. Ese año, ella estaba al frente de unas conferencias feministas en Bruselas, que se extendían durante cinco días bajo el nombre de Tribunal Internacional de Crímenes Contra Mujeres. Éste juntó a 2000 feministas procedentes de 40 países en el Palais de Congrès de la ciudad con el objetivo de denunciar la violencia existente contra las mujeres y movilizar a los presentes para combatirla. En el discurso inicial, Simone de Beauvoir habló del evento como “el principio de una descolonización radical de la mujer”, pero rápidamente se convirtió en un desastre de organización.
Russel, como coorganizadora del Tribunal, había ayudado a desarrollar un programa cuidadosamente estructurado para el evento. Pero pronto, activistas radicales irrumpieron en el escenario uno tras otro en una algarabía improvisada, que culminó en la desconexión de los micrófonos por parte del moderador y el abandono del escenario por parte del comité. Para el final del segundo día, el programa había sido descartado enteramente, y en el tercer día, los actos fueron temporalmente interrumpidos por una amenaza de bomba.
En su turno en el escenario, Russel leyó uno por uno los nombres de las 17 mujeres que fueron asesinadas en el área de la Bahía de San Francisco y describió las macabras circunstancias de sus muertes. Después de leer el nombre de la última víctima, hizo un breve panegírico: “Aquellas cuyos nombres os he leído hoy, pronto serán olvidadas. Ningún acto las acompañó a la tumba, ninguna protesta sacudió las ciudades, ningún folleto se distribuyó, y ningún comité fue formado. Pero hoy las hemos recordado. ¡Y mañana, deberemos actuar para parar el feminicidio!
Hasta hace poco, ese caótico momento había sido la aparición más dramática del término. Russel volvió a California, donde intentó dar cuerpo a su idea en varios periódicos académicos y en una antología llamada “Feminicidio: la política del asesinato a las mujeres”. Mediante el uso del término feminicidio, ella intentó subrayar y marcar un tipo específico de crimen. Russel esperaba promover la idea de que el asesinato de mujeres – ya sea perpetrado explícitamente porque la víctima sea una mujer o simplemente porque las mujeres como clase pueden ser especialmente vulnerables a ataques mortales por parte de los hombres- es un problema específico que debe ser estigmatizado y combatido. Dotar al problema de un nombre propio, ella creía, sería el primer paso hacia la reducción de los asesinatos de mujeres en todo el mundo.
La idea no cuajó. Tras el debut de feminicidio en el Tribunal en Bruselas, Russel empezó a usar la palabra en su trabajo, pero su impacto fue mínimo. “Hice varias cosas”, me cuenta. “Los libros, organizar charlas, dar discursos por todo el país. Incluso justo después de hablar sobre ello en la introducción de un discurso, nadie lo mencionó, a pesar de que hice hincapié en el término. La verdad es que casi perdí las esperanzas.”
Entonces, algo sorprendente sucedió. Parte del problema con “feminicidio” era que resultaba muy difícil explicarlo de una manera que un público general pudiera comprender fácilmente. Mientras que los horrendos asesinatos de mujeres, motivados por misoginia, ocurren ciertamente en todo el mundo, el concepto era todavía ligeramente amorfo. La masacre de Montreal en 1989, un tiroteo masivo de mujeres en una escuela técnica en Canadá , por ejemplo, no era necesariamente idéntica a los asesinatos resultados de violencia doméstica, tráfico sexual o a las muertes de mujeres en el África Subsahariano o en el Medio Este. No obstante, resultó que había sociedades que entendían instintivamente lo que Russel quería decir: algunas regiones de América Latina habían sido despedazadas por epidemias de asesinatos a mujeres, desproporcionados con respecto a las muertes producidas por la guerra civil o tráfico de drogas. Durante años, activistas en esa área habían estado batallando contra un crimen sin nombre y cuando el término creado por Russel encontró su forma en castellano, ellos lo abrazaron.
En 2004, Marcela Lagarde, una importante política y feminista mejicana, invitó a Rusell A dar una charla en una conferencia en la fronteriza Ciudad Juárez tras leer su antología. Lagarde consideraba “feminicidio” una descripción apta para los misteriosos y macabros asesinatos en masa que sucedían en Juárez desde 1993-un fenómeno que ha atraído mucha atención internacional, inspirando un gran número de libros y películas. Lagarde quería convertir la idea de Russel en una campaña política. Presidía una comisión sobre el feminicidio en el congreso mejicano y promovió el término en eventos por toda Latinoamérica.
La idea pronto se difundió hasta Guatemala. Los activistas allí, en diálogo permanente con sus homólogos mejicanos, vieron crecer su entusiasmo al usar el término para combatir los asesinatos en su propio país, que se había convertido en una especie de Juárez. La guerra civil que asoló el país durante 36 años había acabado en 1996. Pero el acuerdo entre los guerrilleros y el gobierno no hizo desaparecer la actitud casual que se había desarrollado hacia las vidas humanas, y dejó a la ciudadanía presa de una corrupción generalizada, impunidad judicial, tráfico de drogas, “maras” (pandillas), y una cultura de violencia que parecía inextirpable. Desde el año 2000, los truculentos asesinatos de mujeres han sido la característica más distintiva de esta situación.
Así, la idea de feminicidio impactó. En 2008, motivado por una campaña interna y presión internacional, el congreso guatemalteco aprobó el Decreto 22, la Ley Contra el Feminicidio y Otras Formas de Violencia Contra las Mujeres, que exponía en 28 artículos un gran número de enjuiciables tipos de violencia contra las mujeres, incluyendo violencia psicológica y económica, y declaraba la meta de garantizar “la vida, libertad, integridad, dignidad, protección e igualdad de todas las mujeres ante la ley”. Guatemala también creo la Oficina de la Comisión Presidencial Contra el Feminicidio, cuyas tareas eran ejecutar la ley, crear una unidad anti-feminicidio en la policía nacional, lanzar campañas publicitarias anti-feminicidio y crear oficinas públicas especializadas en violencia contra las mujeres.
Así que feminicidio, un concepto oscuro y académico desarrollado por una profesora en Oakland, había sido puesto en activo por una nación en guerra con sus propios demonios culturales. Pero merece la pena preguntarse, ¿tiene el nuevo término el poder suficiente para traer seguridad a las mujeres guatemaltecas? Por un lado, la palabra ha afectado de lleno la cultura de Guatemala, convirtiéndose en parte del léxico nacional y entrando en las conversaciones de la gente de a pie y en periódicos sensacionalistas como “Nuestro Diario”. Y ha habido un incremento significante en las denuncias de violencia contra mujeres puestas en la policía-27000 en los primeros seis meses de 2010, de acuerdo con Alba Trejo, de la Comisión Presidencial de Guatemala Contra el Feminicidio. Lo que es más, el término ha sido una útil herramienta para la gente que trata de destruir la cultura de impunidad de Guatemala , proveyendo de publicidad y legitimidad a grupos contra el Feminicidio como la “Survivor’s Foundation”, que ha encontrado mucho más fácil mandar a los infractores a la cárcel. También ha incrementado las penas, ayudando a conseguir la anteriormente inimaginable sentencia de 163 años para cada uno de los hombres que participó en el asesinato de tres chicas con un machete.
Por otra parte, el Decreto 22 es una herramienta viciada. Tal y como está la situación actualmente, dice Trejo, muchas de las sentencias del decreto son menos severas que las que ya existen en el código penal nacional, y aunque la ley ha cambiado la atmósfera que rodea los crímenes contra las mujeres, pocos acusados son realmente condenados por “feminicidio”. De hecho, la puesta en práctica se enfrenta a terribles obstáculos. Un aura de indiferencia aún domina el sistema judicial de Guatemala, desde el policía hasta el juez. Sólo hay tres oficinas fiscales púbicas en el país entero para luchar contra los casos de violencia contra las mujeres, según Trejo, y, culturalmente, muchos jueces simpatizan con los hombres que pegan a sus esposas, creyendo que está dentro de los derechos de los maridos. Así que, evaluando el impacto de la Ley Contra el Feminicidio, uno debe preguntarse: ¿pararán los forenses de estropear investigaciones y harán los test de ADN correctamente? ¿Recibirán las mujeres encontradas muertas llevando digamos, una minifalda o un pircing, un verdadero trabajo policial en vez de ser tachadas como prostitutas muertas desmerecedoras de una investigación? ¿Dejarán los jueces de ponerse de parte de los hombres que usan la violencia para controlar a sus mujeres? ¿Y es el gobierno capaz de proveer los recursos necesarios para cumplir las responsabilidades que tiene el Decreto 22 para con las mujeres de Guatemala?
En última instancia, el éxito del proyecto de Russel dependerá de la voluntad de los políticos. A este asunto no se enfrenta solo Guatemala, sino todos los países donde la cultura de asesinatos a mujeres ha echado raíces -una alarmante proporción en el planeta. ”Feminicidio” puede ser un término que cambie la forma de pensar de la gente, y actúe en lo concerniente a la violencia de género a nivel mundial, o simplemente permanecer como una interesante nota a pie de página en los anales de la historia lingüística y legal.
Triste realidad que no sólo ocurre en los países en vías de desarrollo…..en España también sigue habiendo feminicidio aunque en menor escala…Qué situación más injusta,…desde luego…lograremos erradicarlo??
Maria
Gracias Maizca por ofrecernos una traducción al castellano de un articulo que es importante que sea leido. Es bueno visualizar una problemática de la que tan ciegas/os estamos y que esta afectando a tantas mujeres en Guatemala.
Hola, Maizca! Muchas gracias por esta traduccion, y quiero felictarle a Lucia por su buen trabajo. Me alegro de que ahora mi articulo pueda tener mas lectores y informar a mas gente que se preocupa por la violencia contra mujeres en Guatemala y todo el mundo. Thanks!