Leonor García de Vinuesa es colaboradora y voluntaria de Maizca y por esto queremos dar a conocer aquí esta entrevista que le realiza Aris Moreno y publicada en ABC.es Córdoba el pasado 12/8/2012.
NADA más aterrizar en Atención Primaria comprendió que las herramientas de la medicina convencional no le alcanzaban para dar respuesta a la demanda de los pacientes. En la Universidad aprendió lo que es un edema pulmonar, una insuficiencia cardíaca, una tuberculosis, pero a su consulta de La Carlota llegaban cada día un aluvión de pequeños dolores que, en realidad, enmascaraban otras angustias vitales. «Me di cuenta de que no tenía preparación adecuada», admite hoy. Fue entonces cuando decidió instruirse como psicoterapeuta en un centro especializado de Madrid. Luego, en 1998, comenzó a trabajar en temas de violencia de género y hoy es formadora de médicos en la Escuela de Salud Pública de la Junta de Andalucía.
-En un informe suyo, asegura que en España hay dos millones de mujeres en situación de maltrato. ¿Estamos ante la epidemia del siglo XXI?
-Es tremendo. Es un tema diario y terrible. Y hay un maltrato que no vemos. Sutil.
-Por lo que parece, nos encontramos ante una enfermedad social crónica.
-Hemos mejorado en los últimos 15 o 20 años. M i madre me decía cuando era pequeña: «Tu padre es buenísimo. Tú no sabes lo que escuchamos aquí por las noches». Y vivíamos en un barrio pijo de Madrid.
En efecto, hasta los doce años Leonor García de Vinuesa (Madrid, 1954) vivió en la capital de España en el seno de una familia acomodada. La prematura muerte de su padre, que era médico, obligó a su madre a regresar a Córdoba, de donde era oriunda, para intentar amortiguar el grave descalabro emocional y económico que representó el óbito para una familia con seis hijos.
Se licenció en Medicina y comenzó su andadura profesional en un hospital de Ciudad Real, antes de trasladarse a las Urgencias del Reina Sofía, primero, y posteriormente al centro de salud de La Carlota, donde trabaja desde hace años. Pertenece a la Cátedra de Estudios de las Mujeres desde 1988 y desde 1998 es especialista en asuntos de maltrato, en cuyo ámbito trabaja como investigadora y como formadora de personal sanitario en la detección y asistencia de casos de violencia machista.
-¿Tan poco sabemos?
-Sabemos muy poco. Es un tema muy profundo. La punta de la pirámide de otras cosas que subyacen en la sociedad.
-¿Qué hay detrás del maltrato?
-La desigualdad. Nos hemos educado en una sociedad donde hemos llegado a pensar que los hombres son más importantes. Hay mujeres que se someten y hombres sometedores por la pura creencia de que ése es el orden del mundo.
-Leo en su informe sobre violencia de género: «Es frecuente la mordedura humana». Lo de humana es puro formalismo, se supone.
-La civilidad es el camino que se atraviesa desde lo que se llama un «animalito bautizado» a un ser humano evolucionado. En el colegio nos decían que había que tener un título universitario pero nadie nos habló del desarrollo personal, de afinar la forma de relacionarnos, de afinar nuestra sensibilidad, nuestra capacidad de amar y de respeto. En eso trabajo ahora. Que desde la escuela sepamos que trabajar lo emocional es trabajar la vida.
-Desde ese punto de vista, ¿el maltrato es la ausencia de civilidad?
-El grado de civilidad de las personas que maltratan es cero. Cuando el respeto se pierde, la pareja no tiene vuelta atrás.
-También le he leído: «La violencia de las mujeres existe porque lo permitimos». ¿Y por qué lo permitimos?
-Porque seguimos teniendo muchos tabúes: que es algo privado, que nadie nos tenemos que meter. Cuesta mucho que una vecina diga algo, y también que lo diga hasta una madre o una hermana.
-¿Todavía?
-Es difícil hasta acompañar. Para eso también hay que prepararse psicológicamente. La gravedad de las lesiones no siempre son visibles.
-¿Cuánto le cuesta a una mujer confesar que ha sido maltratada?
-Está descrito que entre cinco y siete años. Pero depende mucho del entorno de cada cual.
-¿Tiene antídoto contra esta epidemia?
-El antídoto es el crecimiento personal. La maduración del ser humano. Aprender a conocer tus emociones, saber de qué nos informan.
-Se define usted como psicoterapeuta humanista. ¿Hay alguno que no lo sea?
-El humanismo es una rama filosófica que da una corriente psicológica. El psicoanálisis es el padre de todas ellas, pero se ocupaba más del pasado que del presente y, en algún sentido, se perdía. Ahora han nacido las terapias de tercera generación: Gestalt, humanista, corporal y todas las que trabajan con lo emocional y la trascendencia del ser.
-Usted preconiza la «higiene de las emociones». ¿Con manopla y jabón verde?
-Todo lo que nos pasa en la vida nos produce una reacción emocional. Y se va creando un «software» en nuestro cerebro que hay que administrar y ordenar. Cada cierto tiempo, tenemos que limpiar el trastero para seguir disfrutando. Si no sería como esas personas que dicen que no volverán nunca a tener un perro porque el que tuvo se lo mató un coche. Esas personas tienen un duro atrancado.
Nos recibe en su casa a una hora impropia en estas latitudes: las cuatro de la tarde. La calle arde por los cuatro costados como sólo sabe hacerlo una ciudad tórrida como Córdoba. Pero su apretada agenda no nos dejaba escapatoria. O las cuatro de la tarde o nada. Leonor García de Vinuesa va y viene cada día a su consulta de La Carlota y el resto del tiempo está secuestrada por talleres y cursos de distinto pelaje. En su nómina de pacientes figuran 1.700 personas de la zona, a quienes después de tantos años profesa un afecto casi familiar. El salón de su vivienda es luminoso y está gobernado por los tonos claros sin concesiones de ninguna clase.
-¿Cómo andamos de educación emocional?
-No hay conciencia de la utilidad de las emociones para la salud física de las personas. Para la paz, para la felicidad o para las relaciones personales. Nos ocupamos cada día de lo que dice el Fondo Monetario Internacional y no de lo que dicen nuestras tripas.
-También habla usted de las emociones de género. ¿Por ejemplo?
-En la educación tradicional, sexista, patriarcal, nos enseñaban expectativas distintas para hombres y para mujeres. A los hombres se les impedía llorar, la ternura o la intimidad. Y a las mujeres, tener rabia, ser ambiciosas, ser potentes o tener fuerza. Eso nos limita de forma bárbara y nos obliga a llevar máscaras.
-¿La igualdad empieza por el lenguaje?
-Es muy importante. Nos hace crearnos una representación de las cosas en la cabeza.
-La directora de la Cátedra de Mujeres dijo aquí: «Todavía hay mucho machismo sutil». ¿Lo suscribe?
-Claro. Pero no estamos entrenados para verlo. Nos parece natural que nos encarguen a nosotras el trabajo de cuidado de otras personas y al hombre no.
-Algo está cambiando, ¿no?
-Despacito, pero está cambiando. Hay una cosa muy bonita: los hombres empiezan a descubrir la belleza de la intimidad. Ser capaces de cultivar la intimidad con sus hijos pequeños de manera cercana y tierna es muy nutritivo.
-Nos hace mejores.
-Y a la mujer también porque nos da la libertad de relacionarnos con el hombre de otra manera. Recuerdo muchas veces a mi madre. Tenía un sufrimiento secreto. Un dolor. Decía: «Yo no debí dejar de conducir». Y lo decía de mayor. Como algo que no fue capaz de sostener en su vida.
-Anna Freixas dijo aquí también: «Vivimos la ilusión de la igualdad». ¿Tan poco hemos avanzado?
-Hemos avanzado de forma sorprendente y esto nos hace tener la tentación de pensar que está todo conseguido.
-La Real Academia afirma que la felicidad es el «estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien». Muy mercantilista la definición, ¿no le parece?
-La RAE no es santo de mi devoción.
-Díganos otra definición.
-La felicidad tiene que ver con la paz interior, con la aceptación de uno mismo y la vida. La felicidad es no pelearse con la vida.
-La capacidad de adaptación.
-La capacidad de aceptación. Adaptarse puede sonar a sometimiento y no me gusta. Aceptar es hacer propio y hacerse responsable de lo que uno toma.
-Después de media vida viendo pacientes, ¿ya sabe para qué hemos venido al mundo?
-El ser humano busca alguna forma de trascender. Y la trascendencia se encuentra en el amor, en lo social, en la propia obra.
En la época del co-pago y la deshumanización del sistema sanitario, consuela el alma saber que hay personas dedicadas a la medicina convencional como Leonor. Me ha gustado mucho la entrevista y me da un halo de esperanza saber que tendemos a reprogramar nuestro cuerpo para aprender a escucharnos mejor. Besos a todas las maizqueras.
María