Marco con Eduardo Galeano     Las 12 de la noche en Barcelona. Yo me estaba preparando para ir a dormir pero sonó el teléfono. Era Helena, con voz alegre y una energía arrebatadora; – Vamos Pablito, vamos con Dudu a Plaza de Catalunya. Habíamos estado todo el día de arriba para abajo, Eduardo había recibido un prestigioso premio de la asociación de periodistas catalanes y acababan de salir de la cena oficial. Pero allí estaban, esperándome en una esquina de las Ramblas, felices y contagiados de aquella mística que encendió el 15M en España en aquel hermosos mes de mayo de 2011. Llegamos a la acampada. Yo venía de visitar algunas, juntos habíamos estado en la de Madrid en Sol. Pero aquella noche Barcelona estaba linda, cálida. Sonaba la música y la gente no paraba de llegar como si fuera fiesta. Las tiendas de acampada habían crecido y ahora grandes lonas generaban estudios de radio, de televisión popular, centros de prensa, puntos de información y debate. Busqué a mis amigos para que grabaran algunas palabras de Eduardo. El vídeo en pocas horas fue visto por decenas de miles de personas, y Eduardo dijo “este es un mundo diferente, va a ser un parto difícil, pero este mundo está latiendo en el otro, y aquí lo reconozco. No me importa lo que pasará mañana, eso no importa, me importa lo que está pasando hoy”. Y vi en sus ojos algo que yo, más o menos joven, partícipe de aquello, no tenía ya, no tengo; una inocencia y una alegría limpia que en algún momento dejé arrojada en la cuneta de mi infancia. El la tenía, la tiene. Un entusiasmo casi inocente por lo pequeño, por los gestos tapados por la rutina. Aquella noche brindamos como en fin de año, reímos, porque al menos en esos momentos regresó la alegría de vivir sin miedo.
Cada día miraba y comentaba al desayuno la prensa española con Helena. No podía despegarse de Canet de Mar, de aquella España que nacía torpemente a la democracia a principio de los años 80 en la que sufrieron el largo exilio. Allí se encontraron con Pilar, Oriol, Antonio…Cuando llegaron a Cataluña también fueron otros exiliados, los del hambre, los andaluces emigrados los que mejor le acogieron. Los vecinos obreros y pobres que empujados hacia el norte rico también añoraban sus lugares y sus gentes. De allí salieron muchas historias de sus libros. Cuando podía, atrapado en sus viajes a España por conferencias y presentaciones, se escapaba al sur, especialmente a Cádiz.
El verano anterior decidí viajar a Montevideo a realizar un estudio sobre las cooperativas de viviendas y Eduardo y Helena me abrieron para siempre las puertas de su casa. Tomé un taxi desde Carrasco a Malvín. Y allí estaba yo, un tanto perdido, con algo de miedo y respeto. Respeto que aumentó cuando delante de su puerta pude leer un cartel que decía “Cerrado por futbol”. Allí viví la fiesta del futbol que es Uruguay y que especialmente es su casa; allí vivimos los cuartos contra Ghana, la atajada de Suárez en el 120, el penal del Loco y Eduardo apretando en la mano su frágil corazón mientras el balón volaba como un globito hacia el fondo de la redes. Días después sentí que España salía campeona en el mejor estadio del mundo, su casa.

     Como casi todas las tardes de ese mes de julio, Eduardo se acercaba a buscarme a la mesa del salón. Eso significaba calle. Colocaba en su cinturón sus bolígrafos alineados como pequeños combatientes, escondida en la chaqueta, su pequeña libreta. Se preparaba por si las historias fueran a surgir en cualquier esquina. Repetía muchas veces los mismos caminos, pero siempre iba preparado, atento a lo extraordinariamente pequeño.
Andábamos hacia la rambla de Montevideo, y en aquellos paseos pudo contarme una única historia, para lo que utilizó muchas horas, muchos días, múltiples relatos, cuentitos, amargos y dulces.., todos para contarme una única historia. Me contó, entre paso y paso que las historias más extraordinarias se quedan siempre escondidas en el refugio seguro de la alegría. Esperando.Galeano y Pablo

      Entonces un día pisando ya la arena, junto a lo que él llamaba mar y Helena río, a la altura de Malvín, un hombre mayor se acercó a Eduardo, parecían familia, amigos desde la infancia por cómo se miraban. Pero no se conocían. Y el hombre, agarrando con sus manos ancianas los hombros de Eduardo le dijo con una hermosa sonrisa…
-No te mueras nunca Eduardo.
Seguimos paseando en silencio ya, un buen rato.
Eduardo se paró, y me dijo con su media sonrisa
-Es hermoso que me digan eso.

Pablo Rabasco, socio de Maizca

Publicado en el Semanario Brecha el 17 de Abril de 2015 en una edición especial dedicada a Eduardo Galeano.