Eliane Hauri Fuentes, 29 de Agosto de 2022.

«Cada semilla encierra milenios de evolución de la naturaleza, y siglos de trabajo de los y las agricultoras. Es la expresión destilada de la sabiduría de la tierra y de las comunidades agrícolas».

Dra. Vandana Shiva.

Ese día, iba yo tarde y mi pesada bici de montaña no quería avanzar más rápido en la cuesta empinada que lleva a las Naciones Unidas (ONU), en Ginebra, Suiza. Le estaba rezando al cielo para que mi contacto esperara luego de este esfuerzo físico y tuviera aún tiempo para mí, antes de ir a su próxima reunión. Poco antes, había caído en la cuenta, después de varios días, que en un volante acerca de una charla del ocho de marzo de ONU sobre mujeres y acceso a la tierra, ¡figuraba el nombre de una guatemalteca!

Con una gran pena por mi cara escarlata y mi llegada tardía, me senté frente a Magalí Cano de la organización «Guatemala Sin Hambre», en esos sillones setenteros de los pasillos de la ONU y empecé a disparar todas mis preguntas. Era marzo de 2016 y mi objetivo era vivir y aprender de una familia campesina guatemalteca para conocer la ruralidad de este país, antes de inscribirme a una escuela de agronomía.

–Te recomiendo que tomés contacto con el agrónomo Ronnie Palacios, el coordinador de la Red de Soberanía alimentaria de Guatemala (REDSAG), me dijo Magalí.

Eso fue clave. Al llegar a Guatemala, Ronnie me invitó a una charla y ahí conocí a Anna Isern, la conocida especialista en etnoveterinaria. Ella fue otra pieza clave. Me contó: «en unas semanas habrá una formación en agroecología para campesinas y campesinos en Aguacatán, deberías llevar ese curso de campo y así conocer a familias campesinas que te podrían recibir para lo que buscás».

Así fue como en julio de 2016 me acerqué a la REDSAG, a organizaciones y personas que trabajan en el campo y promueven el concepto político de la soberanía alimentaria en Guatemala.

Básicamente, soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a decidir lo que producen para comer y de qué manera lo producen.

La Vía Campesina en la Primera Cumbre de la Alimentación en 1996, propuso este concepto político: «es el derecho de lo pueblos a producir, intercambiar y consumir alimentos de acuerdo a prácticas definidas por valores, saberes, creencias y rituales pertenecientes a su cultura, accediendo a alimentos sanos y nutritivos sin ningún tipo de obstáculo o presión política, económica o militar».

Efectivamente, para alimentar al mundo, no solamente necesitamos «llenar panzas» y concentrarnos en producir en mayor cantidad, tal y como se nos ha enseñado a lo largo de los nueve semestres en la universidad, con todo respeto por mis catedráticos agrónomos.

Sin embargo, son estas las narrativas actuales del mundo globalizado donde se consagra el enfoque agroindustrial. Por el contrario, es sobre el pequeño campesinado que toca desplazar las luces de los proyectores. Efectivamente, el panel experto ETG Group concluyó que el 70% del mundo obtiene comida de la red campesina alimentaria, que trabaja con solamente el 25% de los recursos. Además, por cada dólar que se paga por un alimento industrializado se deben pagar otros dos dólares en daños ambientales y a la salud[1].1

Como lo dijimos con mi amiga, Ana Isabel Fión: “un sistema que ha reducido la agrobiodiversidad en un 75% no puede ser una herramienta para enfrentar el hambre.”

Debemos repolitizar y reapropriarnos de los llamados sistemas alimentarios (Food systems). Quién produce, cómo lo produce y con qué apoyo económico, son preguntas claves.

Tenemos que entender de qué lado de la cancha está quien nos alimenta.

¿Esto es maíz de finqueros estadounidenses con subsidios estatales compitiendo con granjeros locales sin ningún tipo de subsidio? ¿Esto es un producto de finqueros guatemaltecos que se benefician de apoyo estatal y fiscal? ¿Son corporaciones transnacionales semilleras que quieren patentar y transformar semillas en propiedad privada, cuando el campesinado lo ha considerado un bien común colectivo y las ha intercambiado y mejorado con saberes y adaptación al territorio desde milenios?

Por todas las razones aquí descritas es que quisiera que se pusiera atención a la acción nacional por la defensa de las semillas que articulará la REDSAG, organizaciones campesinas y autoridades indígenas el ocho de septiembre de 2022.

El que alimenta el mundo y preserva la agrobiodiversidad, es el pequeño campesinado, no las corporaciones y el agronegocio.

[1] Si usted ha leído críticas acerca de esas cifras por unos estudios de 2018 y 2021, aquí pueden encontrar las explicaciones del porqué esos estudios están mal planteados:

https://www.etcgroup.org/es/content/el-campesinado-sigue-alimentando-al-mundo-aun-cuando-fao-afirme-lo-contrario

Visto en https://www.plazapublica.com.gt