Por Cristina Burneo Salazar  / @cristinaburneos

Guatemala también le duele al mundo. Cientos de ciudadanos piden justicia por la muerte de más de 40 niñas y adolescentes de un hogar estatal del municipio San José Pinula. Los abusos sexuales y físicos a los que eran sometidas les llevó a provocar un incendio como protesta. ¿Qué le dice esta tragedia al mundo?

La artista Alba Marina Escalón había creado un altar con casas para la memoria de las niñas. La gente lo ha ido modificando y recreando en el altar los hogares que debieron tener las niñas.

Estaban hacinados. Eran 807 niños y jóvenes en noviembre. Vivían en San José Pinula, en las afuera de ciudad de Guatemala. El Hogar Seguro Virgen de la Asunción es una combinación de prisión, orfanato y albergue, y solo caben 400 personas. No es un centro de acogida como se esperaría, y su funcionamiento se asemeja a las correccionales del siglo XIX que, al no considerar a los niños como seres humanos plenos, reducían sus cuidados a lo mínimo y se concentraban en el castigo. Las pequeñas, desprotegidas y abandonadas. En la historia de la pobreza y la indigencia, en donde los niños son maltratados por los Estados, las niñas viven en un estado particular de indefensión que las expone a la muerte, o a una vida más aterradora que la muerte. Tras un incendio en este albergue, hasta la madrugada del domingo 12, cuando escribo esto, han fallecido 42 niñas calcinadas o quemadas.

Nómada, medio digital de Guatemala, describió así a la población del hogar en este texto: “Algunos fueron reclutados por las pandillas para el robo, la extorsión o el asesinato. Otros cometieron la insolencia de pertenecer a una familia que los abandonó a la calle, a un padre que les pegaba hasta que un vecino llamó a la policía. A una red que las prostituía siendo niñas. A unos padres que no supieron qué hacer cuando vieron que su hijo tenía capacidades especiales. Otros nacieron allí, hijos de adolescentes violadas por sus compañeros o sus maestros o los trabajadores de la Secretaría de Bienestar Social del Gobierno de la República de Guatemala”. Un lugar para los olvidados, nacidos bajo el signo terrible de la violencia. La misma violencia que los devolvía al albergue como un maldito búmeran.

Karen Ramos trabaja en este caso. Me explica: “Extrañamente, la noche del 7 de marzo los monitores abren las puertas del hogar para que salgan los niños. Se ‘escapan’ entre 50 y 60. En las condiciones en que viven estos niños, por supuesto se desatará una revuelta. Al recapturarlos los separan en grupos de hombres y mujeres, y 50 chicos son encerrados sin permiso de ir al baño. Tienen que orinar en el mismo cuarto donde pasan toda la noche. Los jóvenes dicen que vieron cuando se llevaron a sus compañeras para que fueran violadas. También tenemos la versión de que la policía tenía las llaves de los cuartos. Eso es un delito. Ellas estaban en un cuarto muy pequeño cerrado con llave que fue incendiado”.

Coincido con Karen en que la narrativa construida para este caso es una narrativa de reclusos, no de niños en estado de indefensión. “Se escaparon, los recapturaron”. “Si están en un centro de reclusión no se pueden escapar, pero se habla como si se tratara de cárceles. Sara Oviedo, relatora de niñez de ONU, visitó este centro y lo comparó con las cárceles del Holocausto. Había que cerrarlo. Ahora estamos esperando el informe del Congreso, pero hay muchos indicios de que el incendio fue provocado”.

Las niñas eran violadas, obligadas a abortar o forzadas a tener a los bebés de sus violadores. Habían sido encarceladas en un hogar en que supuestamente las protegían. Hablo también con Alba Marina Escalón, artista y traductora guatemalteca que ha construido un altar para las niñas. Alba ha acudido a la protesta del sábado 11 en la Plaza de la Constitución. Entre defensores de DDHH, ciudadanía, testigos, hay varias hipótesis, pero todas ellas desembocan en una certeza: las 42 niñas que han fallecido hasta hoy fueron asesinadas, no murieron en un accidente. Se trata de 42 feminicidios simultáneos. Los bomberos fueron notificados media hora después de desatado el incendio. Una eternidad. Una vez en la puerta, no los dejaban entrar, y un cuarto ardía en llamas con decenas de niñas dentro. Era el 8 de Marzo.

Es posible que las niñas hubieran sido encerradas en un lugar en donde había gasolina, como un taller. Hay rastros de combustible en los cuerpos, dicen, como si hubieran sido rociadas. El incendio se dio por las denuncias de las niñas, y quizás también porque dentro del hogar podría existir una red de trata: podrían haber sido prostituidas. Entre las sobrevivientes, hay nueve niñas embarazadas. Nueve. ¿Seguimos pensando que la posición provida defiende algo cuando son justamente estas vidas en estado de indefensión las que hay que proteger? ¿Qué responderán los gobiernos de nuestros países ante esto? “Han iniciado los funerales y los entierros. No se sabe si las niñas que murieron también estaban embarazadas. Yo siento que es un aborto masivo forzado provocado por el Estado, asesinaron a esas niñas para deshacerse de esos bebés frutos de la violación”, dice Alba. Su interpretación me estremece: es un exterminio.

Manifestación en Parque Central de Ciudad de Guatemala, sábado 11 de marzo.

También es una contradicción sin nombre. Unas semanas antes había llegado a aguas internacionales frente a la costa guatemalteca el barco de Women on Waves para asistir con abortos seguros a mujeres criminalizadas por abortar. El barco tuvo que irse porque estaban en riesgo: tanto el Congreso como el Ejército de Guatemala rechazaron su presencia. La posición provida de las instituciones del Estado en Guatemala deja morir a sus mujeres, como lo explica Gabriela Miranda, pero prohíbe que se les dé asistencia médica. Hay niñas que terminan en albergues donde son violadas, y cuando son embarazadas se les provocan abortos inhumanos o se les obliga, de manera igualmente inhumana, a mantener sus embarazos. Cuando llega asistencia internacional, se les prohíbe recibir atención digna.

Una muchacha muy joven decide dar su testimonio para la televisión: “Nos hicieron mucho daño. Nos pegaban, nos violaban, a mí me hicieron abortar a los 13 años: a mi nena la tiraron en el barranco. A mi otro niño no lo conozco, tiene 3 años. Nos ponían inyecciones de vaca para que dejáramos de hacer bochinche. Queríamos ver a nuestras mamás y no nos dejaban, nos violaban”. A esta muchacha la obligaron a abortar de manera brutal, pero jamás le permitirán abortar gratuitamente y a salvo. Tendremos que recordar estos testimonios y darles todo el valor que tienen: en Guatemala hubo un campo de tortura para niños y el Estado lo sabía.

Este testimonio coincide con otro que registra Alba cerca del parque central. Así me lo cuenta: “Llegó una chavita con su tío, empezaron a hablarnos. Ella había estado en el hogar por 3 meses y conocía a todas las niñas asesinadas. Nos contó de los maltratos: los mantienen drogados para dormirlos, para que no se rebelen. Cuando le preguntamos si las violaban, se queda callada y baja la cabeza”. La muchacha dice también que en el sitio había siete sectores. El 1, pandilleros, 2, migrantes, 3, prostitutas, 4, violaciones…Había un sector especial para muchachas que habían sufrido abuso sexual, pero allí dentro iban a seguirlas violando.

Por eso denunciamos, porque esta violencia es pavorosa, porque los Estados, las instituciones y el poder se ensañan cada vez más contra las niñas y las mujeres, y en esa desigualdad de fuerzas siempre estará, al fondo, la muerte. Por eso mismo tuvo lugar la revuelta de las niñas, como dice el comunicado de la red Tzk’at de sanadoras ancestrales y feministas comunitarias de Iximulex: “Las niñas se agruparon porque denunciaban malos tratos, falta de amor, falta de comida, enfermedades, violencia sexual, intentos de suicidio, olvido de la sociedad. Se agruparon porque querían vivir, porque todavía tenían sueños como otras niñas en el mundo que disfrutan en libertad y alegría”.

Queda el resto de niñas que sobrevivieron el incendio. Esta misma red ha demandado su resguardo. Estas niñas, que todavía podrían soñar, volverán un día a una sociedad que les hizo saber que no las quería, que las había olvidado y que las prefiere muertas. Cuando hablamos de despenalización del aborto, de protección a la niñez, estamos hablando de salvar estas vidas de la violencia de gobiernos provida y misóginos como ha demostrado serlo en esta tragedia el del derechista Jimmy Morales, cuyo secretario de Bienestar Social llegó a decir que las niñas de rebelaron “porque no les gustaba la comida”. Este poder siniestro es ahora una sombra que se cierne sobre todos nuestros países.

Se afirmó también que, en la fecha histórica del 8 de Marzo, las niñas se rebelaron conociendo sus derechos. No fue así, dice Karen Ramos. En efecto, se idealizó la narrativa de estos asesinatos por la fecha del incendio, pero por supuesto no deja de tener un valor sombríamente simbólico.

En el incendio de las niñas se reproduce un hecho macabro: el asesinato de las 123 obreras textileras en Nueva York en 1911. Ellas también murieron quemadas al verse encerradas en la fábrica donde trabajaban. Despierta también el incendio en donde murió la escritora Zelda Fitzgerald en Asheville: ingresada en un hospital psiquiátrico, ella y otras ocho mujeres murieron quemadas. Algunas estaban atadas a sus camas y otras, tan sedadas que no lograron escapar. Sedadas como los niños del hogar Asunción. La historia de las mujeres quemadas en hogueras, cacerías de brujas, fábricas, psiquiátricos, no es folclor. Hoy volvemos a confirmarlo de la manera más dolorosa. La muerte de estas niñas se considera en muchos sectores de la vejada sociedad guatelmalteca como una ejecución extrajudicial que va a sacudir la Historia de Guatemala y de todos nuestros países.

Pensamos que ya no nos quemarían. Pensamos que podíamos cantar “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”, o las nietas de las obreras, de las locas, de las descartadas. Lo cantábamos hace unos días en más de 60 países. A estas niñas sí las pudieron quemar, ellas no tendrán nietas que canten lo mismo que nosotras cantamos ahora. Esa historia en donde nos pensábamos sobrevivientes la vemos hoy, a través de las niñas de Guatemala, del otro lado, siniestro. En esa fuerza internacional que formó el 8 de Marzo debemos inscribir también este duelo. Así como fue internacional y se regó como pólvora nuestra fuerza, así también este duelo debe regarse como cenizas de memoria por las niñas de Guatemala. De la pólvora a las cenizas para resurgir una vez más, en memoria de ellas. Seguir vivas es nuestra revuelta.

Actualización:

Al mediodía del domingo 12 de marzo, Karen Ramos informa desde Guatemala según información recabada por la Comisión Nacional Contra el Maltrato y Abuso Sexual Infantil (CONACMI): “El número de víctimas es de 58. Hasta hoy en la madrugada habían fallecido 42: 19 en el hogar y 23 en hospitales. De ellas han sido reconocidas 30. El resto aparece como XX y se requerirá un examen de ADN. De entre las sobrevivientes, hay 11 en hospitales, 4 han sido trasladadas a Estados Unidos y 3 están por ser trasladas allá. Ellas, junto con las 4 niñas que ya viajaron, se encuentran estables pero tienen el rostro desfigurado. Hay dos casos de adolescentes que no van a ser reclamadas por familiares y son de la región de Baja Verapaz. Se presume que habrá más casos así. Un total de 30 niñas han sido entregadas.”

 

Visto en La Barra Espaciadora   – 12/03/2017